Por Andrea Hejlskov
Soy una escritora danesa de no ficción, y toda mi carrera ha sido una búsqueda para intentar responder a una pregunta: «¿Quién soy?».
¿Quién soy yo como madre de cuatro hijos, y qué es la maternidad? ¿Qué significa ser una unidad familiar? ¿Cómo nos reforzamos o nos limitamos los unos a los otros? ¿Quién soy yo como mujer moderna, de qué manera me definen mis ambiciones y mi trayectoria? ¿Cómo estoy vinculada con el resto del mundo? ¿Y con la Naturaleza?
Yo SOY la naturaleza
Hace 8 años, mi familia y yo abandonamos nuestra ajetreada vida moderna y huimos a los bosques de Suecia, donde nos instalamos como pioneros y construimos nuestra propia cabaña de madera. El primer año fue especialmente primitivo; vivíamos bajo una lona mientras a diario nos esforzábamos, como familia, por sobrevivir. Reconectándome con el animal salvaje que hay dentro de mí, reconectándome con la sensación de ser «tribu», algo que, para mi sorpresa, parecía haber perdido. Pero, sobre todo, para convertirme en PARTE de la Naturaleza; fue un momento decisivo en mi vida. No estoy al margen del mundo, no soy una espectadora de la Naturaleza. Yo SOY la Naturaleza. Soy un elemento de la Naturaleza. En muchos aspectos fue una experiencia reveladora que me llevó a convertirme después en activista del clima y en una periodista y columnista muy crítica sobre el cambio climático. Mi sentido político de acción e independencia surgió en medio de la naturaleza, y ahora salgo a menudo del bosque para viajar dando conferencias y charlas sobre la naturaleza, el clima y la «cultura de la autenticidad», como llamo yo a las muchas subculturas de las que ahora formamos parte. Estas subculturas implican, por ejemplo, la vuelta a la naturaleza salvaje, las tareas domésticas básicas, la permacultura, el instinto de supervivencia, las habilidades para vivir en el campo, la vuelta al movimiento de la tierra o la vida sin dinero.
En muchos sentidos, hemos tomado opciones vitales radicales, y como aún vivimos de forma primitiva en medio de la naturaleza, continuamos llevando vidas radicales, pero siento que no es solo mi derecho sino también mi obligación volver a la comunidad de la cultura, a la sociedad, y hablarle a la gente acerca de nuestra experiencia. Sé que mucha gente anhela vivir como nosotros y que a menudo piensan mucho en ello, pero no lo hacen. ¿Por qué? ¿Qué es lo que frena aquello que nuestros sentidos animales (de uno mismo) quieren que hagamos? Creo que esto es lo más interesante, y también lo más importante, sobre lo que reflexionar en nuestros tiempos modernos.
Como periodista y escritora me empeño en escribir de una forma muy honesta. Para mí esto es una rebelión contra la falsedad y lo falso de la cultura comercial moderna. Dejo abiertas mis heridas y mis dudas, no tengo soluciones mágicas para todo. Soy simplemente un ser humano que estudia lo que significa estar vivo hoy en día. Una cosa de la que estoy profundamente convencida es de que, como cultura, necesitamos encontrar otras historias sobre qué es un ser humano y lo que este puede hacer. Las historias de eficiencia, productividad y soledad nos han fallado; las historias de capitalismo, colonialismo y explotación no nos sirven ya de nada. Yo intento ofrecer nuevas historias o quizá al menos otra forma de hablar sobre las cosas. Si queremos entender la Naturaleza, cuidarla, sentir que realmente somos PARTE de la Naturaleza, necesitamos historias que puedan reconectarnos con ella de una manera fundamental. No historias bonitas. No historias maravillosas que nos quieren vender equipamiento para el campo o cursillos, sino historias REALES. ¿Qué sucede cuando una familia moderna renuncia a sus trabajos, se deshace de todas sus pertenencias y se marcha a vivir a lo más profundo de la naturaleza? Esta es la pregunta que he tratado de responder en mi libro. En cuanto a mí y la cuestión de la identidad sobre quién soy, todavía no lo sé, pero esto es lo que pienso: creo que soy alguna clase de rebelde.
Allí estaba, de pie, con varias bolsas de basura delante del contenedor. Lo estaba tirando todo, me tiraba a mí misma. Yo no era tan importante para mí misma, no desempeñaba un papel importante.
Me imaginaba envolviendo mi cuerpo sin vida en una alfombra oriental, muy cara. Lanzaba la alfombra con un movimiento suave por encima de la pared metálica del contenedor. Al caer, producía un ruido indefinible. No como las bolsas de plástico negro, que crujían. Miré hacia donde estaba mi yo, allí abajo. La figura de Andrea estaba en el contenedor, desperdigada entre viejas tuberías, cajas de cartón, cintas de casete y muebles rotos. La figura de Andrea se había roto en mil pedazos.
Fue un día nublado en el campo.
Me puse de puntillas y miré hacia abajo, hacia el abismo.