«Alto, delgado y con luengas barbas», John Muir fue muchas cosas a la vez: agricultor, inventor, pastor, escritor y conservacionista. Pero fue, sobre todo, un observador minucioso de la Naturaleza y un enamorado de su belleza.
John Muir nació el 21 de abril de 1838 en Dunbar, Escocia. En esa ciudad costera asistió a la escuela local hasta que cumplió los once años. En 1849, la familia Muir emigró a Estados Unidos, instalándose finalmente cerca de Portage, Wisconsin. El padre de Muir ejercía una disciplina muy severa, haciendo trabajar a su familia desde el amanecer hasta la noche. Pero cuando su padre raramente les dejaba alejarse del arado y el azadón, Muir y su hermano menor vagaban por los campos y bosques fértiles de Wisconsin. Con el tiempo John se convirtió en un abnegado observador de la naturaleza.
En defensa de la naturaleza
En 1867, una lesión en un ojo cambiaría el rumbo de su vida, dedicándola plenamente a la naturaleza. Fue cuando empezó su vagar por el mundo. Caminó mil millas desde Indianápolis al Golfo de México. Navegó a Cuba y luego a Panamá, donde cruzó el Istmo. En marzo de 1868 navegó por la costa oeste hasta llegar a San Francisco. Y aunque viajó por el mundo entero, desde ese momento, California se convirtió en su hogar, y la Sierra Nevada de California lo que realmente transformó a Muir. Ese verano se dedicó al pastoreo de ovejas e hizo de Yosemite su casa. En su cabaña de pino lo visitaban con frecuencia personajes famosos de aquella época como eran Joseph LeConte, Asa Gray y Ralph Waldo Emerson.
Desde 1874, una serie de artículos titulados Estudios de la Sierra lanzó la exitosa carrera de John Muir como escritor. Más adelante dejó las montañas y vivió un tiempo en Oakland, California. Desde allí hizo muchos viajes, incluyendo el primero de ellos a Alaska, en 1879, cuando descubrió Glacier Bay. En 1880 se casó con Louise Wanda Strentzel y se mudó a Martinez, California, donde nacieron sus dos hijas, Wanda y Helen.
Años después se dedicó seriamente a la escritura y publicó alrededor de 300 artículos y 10 libros sobre sus viajes y su filosofía naturalista. El amor de Muir por la Sierra otorgó a sus escritos una dimensión espiritual. Sus lectores, fueran quienes fueran, se sintieron inspirados y conmovidos por la devoción infinita de Muir para actuar en defensa de la naturaleza.
Fue en el invierno de 1873, cuando un fortísimo viento del norte barrió las cumbres cargadas de nieve. Ocurrió que me encontraba pasando el invierno en el valle de Yosemite, ese sublime templo de la Sierra que todos los días lo obsequia a uno con las vistas más maravillosas. Y el fastuoso día de celebración del viento del norte resultó incomparablemente espléndido. Por la mañana me despertó el vaivén de la cabaña y el golpeteo de los abrojos de los pinos en el techo. Torrentes y avalanchas desprendidos de la corriente principal de viento culebreaban entre los estrechos cañones y se precipitaban por las paredes vertiginosas con un rugido fuerte y retumbante, llamando a los pinos a la acción y haciendo que todo el valle vibrara como si de un instrumento de música se tratara.
En 1890, debido en gran parte a los esfuerzos de Muir y de Robert Underwood, editor de la revista Century, el Congreso Federal creó el Parque Nacional de Yosemite. Muir fue responsable también de la creación posterior de los parques nacionales de Sequoia, Mount Rainier, Petrified Forest y Grand Canyon. Además, en 1892, John Muir y varios de sus seguidores fundaron el Sierra Club para, en palabras de Muir, «contentar a las montañas». Muir fue presidente del club hasta el final de su vida.
En 1901, John Muir publicó Nuestros Parques Nacionales, el libro que atrajo la atención del presidente Theodore Roosevelt. En 1903, Roosevelt visitó a Muir en Yosemite. Ambos, bajo los árboles, sentaron las bases de los notables e innovadores programas de conservación de Roosevelt.
John Muir murió en 1914, después de una corta enfermedad, en casa de su hija, en Los Ángeles.
Una escritura luminosa y vívida
Miguel Delibes de Castro (naturalista y biólogo) afirma en el prólogo de Cuaderno de montaña (VOLCANO Libros, 2018), el libro que reúne por primera vez en español una selección de los textos más significativos de John Muir, que «la persona a la que indefectiblemente aluden todos los textos cuando mencionan la preservación de la naturaleza, el paladín supremo del movimiento preservacionista, fue John Muir». Sin embargo, explica Delibes a continuación:
«Si se le considera no es porque Muir fuera un teórico especialmente brillante, ni tampoco el primero en defender la preservación, sino porque con su escritura luminosa y vívida convenció a centenares de miles de americanos, si no más, de que merecía la pena mantener espacios naturales libres de explotación a cambio de la belleza, la paz interior y el vigor espiritual que podían obtenerse visitándolos».
A partir de las notas y dibujos del cuaderno que siempre lo acompañaba, John Muir publicó —con evidente talento literario—, numerosos artículos y libros sobre los viajes y exploraciones que realizó a lo largo de su vida. Sus escritos sobre las montañas de California, los parques nacionales o sus viajes por Alaska han inspirado y conmovido desde entonces a miles de personas en todo el mundo por su belleza y por su particular concepción de la Naturaleza. Como señala también Delibes, «Leyendo las narraciones de Muir, miles y miles de americanos se sentían transportados a las montañas, acariciados por su viento, purificados por las cascadas, a la vez que constataban que aquellas maravillas podían desaparecer».
Átate bien los cordones de las botas de montaña […] Verás que tus pies entonan una canción y descubrirás en seguida la música y la poesía de la maravillosa lección que guardan las rocas. Toda la furia de la Naturaleza cuenta la misma historia. Tormentas de toda suerte, torrentes, terremotos, cataclismos, «convulsiones de la Naturaleza», entre otros fenómenos —por más misteriosos y descontrolados que puedan parecer a primera vista—, son solo notas armoniosas de la canción de la Creación, expresiones variadas del amor de Dios.